Talamanca es un lugar enigmático, un sueño por cumplir. Desde el macizo del Buenavista a Villa Mills, la divisoria de aguas se proyecta, al este, a su paso por Alto Jaular. En lontananza los cerros Cuericí. La mirada siempre, al este y tentando a la diosa Fortuna, en cuanto a seguir o mantener el rumbo inicial. Una llamativa cueva, cual oasis en pleno desierto, nos sirve para pernoctar y fijar la mirada hacia la fila Urán.
Allí, entre subibajas, buscando rastros de la picada y con la frustración a tope, la pericia y sentido de ubicación conducen a buen puerto. En lontananza el “Camino de los indios” es el premio al esfuerzo. Al sur, un pequeño poblado de nombre Chispa, es la ignición que enciende los motores en el ascenso por la fila Palmito Morado, hacia la cordillera y fila Urán, por el “Camino de los indios”, pasando por la confluencia del río Chirripocillo con el río Chirripó (Duchí), a la tierra de Noyle, Estela y Andrea hacia Sitio Hilda, último enclave del Territorio Indígena Cabécar Alto Chirripó (Duchí).
Si fijas tu mirada con rumbo noreste, podrás ver a lo lejos la vastedad del Parque Nacional Tapantí – Macizo de la Muerte, la Reserva Forestal Río Macho, del Parque Nacional Chirripó, y el Parque Internacional La Amistad. Un sinnúmero de cursos fluviales, cual sistema circulatorio, discurren ágil y precipitadamente a su encuentro con el río Chirripó (Duchí). Ese río, imponente desde su nacimiento en el valle Lagos, es testigo presencial de la vida de grandes atletas como Andrea Sanabria, Noyle Salazar y Estela Obando; mujeres, madres, niñas y atletas. Todas heroínas, dignas representantes del Pueblo Indígena Cabécar.
Andrea y Estela, natales de Sito Hilda, una localidad compuesta por dos comunidades, separadas por el río Chirripó (Duchí), nacen en el Territorio Indígena Cabécar Alto Chirripó (Duchí). Noyle, tiene como lugar de residencia el poblado Sinoli, Valle La Estrella, Limón.
Ja̱mó̱ y Ják Kjuä́, componen Sitio Hilda. Así se conocen los poblados a los cuales divide el río Chirripó (Duchí). El primero al oeste, perteneciente al distrito Chirripó, cantón Turrialba, provincia Cartago. El segundo, se localiza en la margen derecha del mismo río, pero en área del distrito Valle La Estrella, cantón Limón, provincia Limón.
Por esta notoriedad geográfica, no te resulte extraño que de un lado sean cartagineses, cédula tres; mientras que al otro sean limonenses, cédula siete o nueve en ambos casos, por el tema de los registros de nacimientos tardíos.
Sus vidas, como la de la mayoría de integrantes del Pueblo Indígena Cabécar, discurre entre pasividad y carencias. Entre una vida esencial, pero prístina, básica pero enriquecedora. En esta parte de nuestra geografía, no existe la luz eléctrica –sí las candelas y los paneles solares–. Los caminos no son de lastre, ni mucho menos de pavimento. Los trillos o veredas, los cruces de ríos y constantes obstáculos, atan poblados, familias, cultivos… Niños de camino a su escuela, madres con hijos en brazos, embarazadas, cargas sobre espaldas, sudor a raudales. La vida es elemental, agradecida y se enaltece con la belleza del rocío de la mañana y la frescura de la tarde.
Para muchos, quizá esto resulte difícil de creer o comprender. No es lo mismo, la vida cómoda de lo urbano a lo elemental de la ruralidad y la montaña. El indígena, al citadino gana en fuerza, en destreza, en tenacidad. Habituados a las largas caminatas, a la vida ardua del campo, a las carencias y sencillez, son a mi criterio verdaderos atletas en las entrañas de las tierras de Sibö.
No en vano, ya desde tiempos ancestrales han recorrido la indómita montaña. La Gran Talamanca y Chirripó, es su patio trasero. Desde Sitio Hilda a Grano de Oro, se toman al menos 2 días, la ruta que quizá más los acerca a la “civilización”. Por allí, hacen sus gestiones, venden sus productos, compran y acceden al sistema de salud y educación, en la distante ciudad Turrialba. Al suroeste, el “Camino de los indios”, los conduce a la vertiente Pacífico, a Rivas de Pérez Zeledón.
Nacidas en tan prístino como distante lugar, la costumbre de caminar, desde niñas las obliga a lograr sus metas con ahínco. Literalmente, el límite se encuentra en las nubes. Al este, la fila de Matama, se le muestra impávida y mística. Al oeste, la vastedad boscosa de Tapantí. Al norte, la ruta distante hacia Turrialba. Al sureste, el sinuoso recorrido del río Chirripó (Duchí), fija su mirada en nuestra máxima cumbre, el cerro Chirripó 3822.64 m s. n. m.
Ese ahínco, entrega y valor; a Andrea la han hecho ganadora en 10 ocasiones de la carrera al cerro Chirripó y la llevaron a un digno puesto 48 en el Campeonato Mundial de Montañismo en España. Noyle Salazar fue la primera indígena costarricense que clasificó y participó en un Mundial de Skyrunning.
Estela, reciente ganadora de la carrera en su etapa 12k, a su corta edad inicia un periplo donde los límites se los impondrá ella misma y la visión y recursos de quienes colaboremos para que sus logros no queden solamente como una linda estadística.
Con sus limitaciones de recursos, se unen a otros grandes como al eterno rey de la carrera el Sr. Juan Ramón Fallas y al actual campeón Marco Antonio Hernández.
Estos atletas llenan de orgullo a su familia, a los pueblos indígenas y la ruralidad y como no a toda Costa Rica con sus enormes logros.
Desde el cerro Turrubares (1757.22 m s. n. m.) al cerro Pando (2451.27 m s. n. m.), el enorme parteaguas de la cordillera de Talamanca se prolonga sinuoso e imponente cortando la geografía nacional.
En ella convergen aguas, paisajes, cerros, actividades y vidas. Si observas desde la llanura, la cordillera de Talamanca se yergue impávida en lontananza. Es en un análisis somero: una fila dentada que se alza entre otros relieves de altura desigual, sobre un muro azul, a rayas blancas y sonrosadas; y limita una parte del horizonte.
En las entrañas de ese ser sobrenatural, que simboliza la cordillera de Talamanca y sus agrestes parajes, a cada paso dado, los sentimientos que transmite al caminante, al investigador, a quien osa adentrarse en sus dominios; te obliga a conocerte a ti mismo, te invita a respirar vida, a sentir sinergias, como quizá nunca las has sentido. El mérito, es doble para atletas que nunca han contado con patrocinios; para quienes entrenan solos, sin insumos y sin ayuda en las montañas de la indómita Talamanca.
Cuando conoces esa realidad, solo resta agradecer al Todopoderoso por la dicha de estar allí y contar con las fuerzas y aliento para continuar con la faena. Por todos esos sentimientos, tan humanos, tan naturales, tan místicos, es justo y merecido decir: ¡Wë́stë kja̱ne̱ chichána̱, Sibö te bá tju̱é̱!, ¡Gracias por su esfuerzo, Dios se lo pague!